viernes, 8 de febrero de 2013

El crímen del camino Málaga-Almería

Salimos por el camino de Málaga, a eso de las seis de la tarde, y a unos cuantos kilómetros nos encontramos con los que encabezaban la desventurada procesión. Venían primero los más fuertes, los que habrían podido transportar sus cosas en burros, mulas y caballos. Los dejamos atrás, y a medida que íbamos avanzando el espectáculo se hacía más lastimoso. Las madres llevaban a sus niños, cubiertos con apenas con un guiñapo, al hombro o tiraban de ellos por la mano. Pasó un hombre con sus dos pequeños a la espalda, niños de uno y dos años, y cargando además cacerolas y trastos, y recuerdo queridos de su hogar. Engrosaba el río de gente y nuestro coche se abría a duras penas. A ochenta y ocho kilómetros de Almería nos decían que no siguiéramos más adelante, porque allí detrás venían ya los fascistas. Habíamos visto tantas mujeres y tantos niños angustiados, que resolvimos regresar para dedicarnos a transportar a los más desvalidos. Difícil tarea elegir entre todos. Una multitud de padres y madres frenéticos se apretó alrededor del coche. Tenían la cara y los ojos congestionados por el polvo y el sol de cuatro días, y levantaban hacia nosotros, en sus brazos cansados, los cuerpecitos de sus hijos. "Llévate a éste"; "mira este niño"; "este va herido". Niños con los bracitos y las piernas enredados en trapos ensangrentados; niños sin zapatos; con los pies hinchados; niños que lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio. Doscientos kilómetros de miseria. Imaginaos lo que serían cuatro días de andar escondiéndose en las montañas, perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro noches de caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y cabras, tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre propio, buscándose en las sombras ¿A quién íbamos a subir al coche? ¿Al niño que se moría de disentería o a la madre que nos miraba silenciosa, con los ojos hundidos, apretando contra su pecho desnudo al pequeño que había nacido en el camino? Aquella madre había descansado solamente diez horas. Había una mujer de sesenta años que no podía dar un paso más. La sangre de las úlceras de sus piernas hinchadas teñía de rojo sus alpargatas blancas. Muchos viejos abandonaban toda esperanza y, tumbados en la cuneta del camino, esperaban la muerte.

http://audio.urcm.net/El-crimen-del-camino-Malaga 

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